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Kafka y la historia de la muñeca

junio 3, 2008 por Christopher Boone

Leyendo Brooklyn Follies (Paul Auster), descubrí una historia sobre Kafka que me llamó la atención.

Al principio creí que era ficción, pero investigando un poco, he podido comprobar por aquí que el relato está basado en hechos reales.

Más a mi favor.

(Nota: la historia no está copiada literalmente, ya que para darle algo de dinamismo, me he inventado ciertos diálogos. Que no me maten los fans de Paul Auster, por favor).

Para ponernos en situación, estamos en el último año de vida de Kafka, quien vive enamorado de una veinteañera polaca llamada Dora Diamant (él tiene el doble de años). Esta es Dora.

Pese a lo joven que es, esta chica ha sido la única que ha sacado a Kafka de su querida Praga, llevándoselo a un Berlín algo deteriorado: hambre, problemas políticos, inflación… Pero el amor es el amor, y Kafka viaja encantado.

Todas las tardes sale a dar un paseo por el parque, muchas de ellas con Dora a su lado. Y resulta que un día se encuentran a una niña que llora desconsolada.

– ¿Qué te pasa? – preguntó Kafka

– He perdido a mi muñeca – respondió la niña entre sollozos.

En ese momento, Kafka se inventa rápidamente una historia, y dice:

– Tu muñeca ha salido de viaje.

– ¿Y cómo sabes eso?

– Porque me ha escrito una carta.

– ¿Tienes ahí la carta? – dijo la niña, recelosa de aquel desconocido.

– No, lo siento… Me la he dejado en casa sin darme cuenta, pero mañana te la traigo.

Fue tan convincente en su historia, que la niña no tuvo más que creerlo, y esperar al día siguiente.

Al llegar a casa, Kafka se puso manos a la obra. En palabras de la propia Dora, aquél era el mismo Kafka que componía su propia obra, dedicando la misma tensión y gravedad a la tarea. Su objetivo era lograr una mentira bonita y a la vez convincente, cambiando poco a poco la desaparición de la muñeca en otra realidad.

El día siguiente, Kafka volvió al parque donde la niña esperaba impaciente.

– Toma, aquí la tienes.

La niña tomó la carta, y tras un breve momento de reflexión, se la devolvió, dubitativa.

– No sé leer.

Así que Kafka leyó en voz alta:

“Lamento mucho haberme marchado sin avisar, pero ya estoy cansada de vivir con la misma gente todo el tiempo. Necesito salir y ver mundo, conocer gente, visitar lugares… No es que no te quiera, ¡por supuesto que te quiero! Pero espero que comprendas que necesito un cambio de aires, y tendremos que estar separadas un tiempo. Aún así, te prometo que escribiré todos los días, y así podrás estar informada de todo lo que haga“.

Y aquí viene lo realmente entrañable.

Kafka se comprometió a escribir cada día una carta, con el único objetivo de consolar a una pequeña desconocida que encontró llorando en el parque.

Dice mucho de su calidad humana, ¿no creeis?

Por supuesto, la historia sigue.

Durante tres semanas uno de los escritores más geniales que han existido jamás estuvo sacrificando su tiempo (su precioso tiempo que va menguando cada vez más) para redactar cartas imaginarias de una muñeca perdida.

Por lo que dice su compañera, Kafka prestó atención a todos los pequeños detalles en una prosa amena, precisa y absorvente. Cada día visitaba a la niña en aquel parque, y cada día le traía novedades.

La muñeca crecía, iba al colegio, conocía a mucha gente. Por supuesto que sigue queriendo a su joven amiga, pero le va comunicando poco a poco que determinadas situaciones impiden que vuelva.

De esta forma, va preparando a la niña para el último adiós de la muñeca. Pretende satisfacer a la pequeña, ya que de otra forma, el hechizo se rompería.

Al final, la muñeca se acaba casando. Cuenta a su amiga cómo es su esposo, dónde lo conoció, la boda… y en la última línea, se despide de su antigua y querida amiga.

Lógicamente, la niña poco a poco había dejado de echar de menos a su muñeca, ya que Kafka había encontrado la forma de darle esa historia a cambio.

La niña tiene su historia, y cuando una persona es lo bastante afortunada para vivir dentro de una historia, para habitar en un mundo imaginario, las penas de este mundo desaparecen. Mientras la historia sigue su curso, la realidad deja de existir.

Digno de Kafka.

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Publicado en Arte | Etiquetado brooklyn follies, dora diamant, kafka, literatura, muñeca, paul auster | 9 comentarios

9 comentarios

  1. en junio 3, 2008 a 9:40 pm Joseph Kings

    Me parece genial, pero bueno, no es el único genio que sacrifica su tiempo para que los demás vivan durante un rato dentro de otras histórias ¿verdad Jose?


  2. en junio 3, 2008 a 9:55 pm Christopher Boone

    ¡Ala, burro! Lo más cercano que tengo a un genio, es el mal genio que tengo a veces 😉

    ¡Un abrazo pa mi Joseph Kings!


  3. en junio 3, 2008 a 10:27 pm LORE

    Me encanta. Muy bonito de verdad.

    Ese es el camino… vivir dentro de tu historia, y moldearla como tú quieres.

    Un besito muy grande y un abrazo ññ.

    No te enfades eh….


  4. en junio 3, 2008 a 10:51 pm osgiliath

    Te felicito, José! Una preciosa historia. Gracias por deleitarnos con ella.


  5. en junio 4, 2008 a 2:52 pm Nopt

    Casi me haces llorar y todo en el curro 😥


  6. en junio 4, 2008 a 4:35 pm Toronaga

    Con fan (que no fanático), de Paul Auster no te mato……está muy bien.


  7. en junio 8, 2008 a 11:36 pm stranded

    Como mola la historia! muy chula! y los dibujos! que tal esta el resto del libro? me he leido un monton de Auster pq me gusta mucho, pero ese no… trata tambien de un escritor al que le pasan cosas?? 🙂


  8. en junio 9, 2008 a 8:27 am Christopher Boone

    Qué tal, Stranded!

    Pues a mí el libro la verdad es que me enganchó muchísimo, el estilo de Auster es muy ameno y directo, la verdad.

    Y sí, el prota también escribe, sí… Aunque aquí no es escritor “profesional”, es un vendedor de seguros retirado que escribe con motivo de… Bueno, eso ya lo tienes que descubrir tú 😉

    Ah, y le pasan cosas.

    Vaya, me podría dedicar a escribir sinopsis de libros…


  9. en octubre 17, 2010 a 3:36 pm Gustavo Milione

    Simplemente genial. La ternura del genial checo, no se puede expresar sino con sus propias palabras: “sentía casi sin quererlo, un estremecedor cariño por el desconsuelo de la niña”…



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